jueves, 13 de diciembre de 2012

El doloroso pan de cada día.


El sol amanece y por fin es el esperado día. Volver al hogar, a ver a quienes quieres, primero un hogar, luego el otro, y finalmente vuelves al primero. El reconfortante hogar que todavía huele a nuevo. Huele a esfuerzo, trabajo y cansancio porque aún está en plena formación.

Pasa el día, cae la noche, y al día siguiente estás todavía aquí. La felicidad te llena porque aún no es hora de partir, pero queda poco tiempo. Demasiado poco tiempo. No es justo...

La noche vuelve a caer y sabes que es el último amanecer que verás en tu hogar hasta dentro de muchas horas, minutos y segundos, así que lo disfrutas al máximo. Cae el sol y alcanza el mediodía. Cae la tarde y la desesperación se va apoderando de ti. Cae la noche y toca marcharse y, como siempre, vuelves atrás la mirada para ver tu hogar antes de irte. Lo miras detenidamente, de arriba a abajo. Y solo cuando ya no puedes quedarte más, cuando el tiempo está a punto de alcanzarte y sabes que por más que corras no llegarás a tiempo, miras a tu hogar a los ojos y le dices lo mucho que la quieres antes de cerrar la puerta y marcharte una vez más.

Hasta el próximo reencuentro.

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