El comienzo siempre es más difícil. Lo sabemos todos. Todos hemos experimentado la frustración de no saber cómo empezar. Cómo decir la primera frase, cómo dar el primer paso hacia ella, cómo darle el primer beso. Sin embargo, suele pasar que, tras haberlo pensado y meditado mucho, lo único que al final haces es abrir la boca, y algo que llevamos en el pecho y que habla mucho mejor que nosotros suele decir la palabra indicada. Algunas veces no con toda la locuacidad del mundo, pero es que ese algo no habla nuestro idioma, habla el idioma de los "algos que viven en el pecho". Y quizá, ella tenga en su pecho un algo que encaja con el tuyo, y entonces ambos se comunicarán con palabras mal articuladas, miradas esquivas malamente escondidas y algún que otro roce, mientras obligan a sus poseedores a pasear por algún tranquilo lugar donde poder hablar en alguiano.
Finalmente, cuando el algo ha logrado conquistar al otro algo, todo se vuelve más lento. La pasión es solo momentánea, dando paso a la estabilidad, dando paso a la monotonía. Pero no...
No...
¡NO! ¡¿Por qué?! ¡La monotonía es la rendición del alma ante la creencia de la imposibilidad del cambio y la invariabilidad de las circunstancias! No te rindas, alma mía, porque yo no lo haré. He creado castillos de ilusiones y he dibujado puentes de esperanza que cruzarán los oscuros mares de la monotonía resguardados por grandiosos muros de pasión que lucharán contra las inclemencias del tiempo, del espacio, de la paz, de la guerra, de la calma y de la tempestad. No te rindas, mi pequeña flor de luminosa esperanza, porque el futuro es nuestro y no planeo vivirlo si no contigo.
Y cómo siempre -no puede variar-, vuelvo a erizarme.
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