martes, 27 de abril de 2010

Marinero de agua dulce. Tan dulce que vuelve a caer.

Llovió tanto que parecía que el río desbordaba, y yo me veía obligado a saltar de la barca, pero aguanté, me dije: "no puedes estar saltando de la barca en cuanto se te va de las manos, coge los remos, *negué inconscientemente* coge los remos, *volví a negar, sin darme cuenta* coge los remos, ¡gilipollas! ". Cogí los remos. Los utilicé para que la barca no volcara, separándola de las rocas y troncos a la deriva, pero dejando que la barca se zarandeara con libertad por aquellos repentinos e imprevistos rápidos. Si intentaba controlarla, volcaría...

Calma. De repente, y casi sin darme cuenta, sólo hay calma. ¿Estoy muerto? ¿He caído de la barca y me he ahogado? No... Ya caí de otra barca una vez y aprendí a volver a la superficie. Pero no hay agua. Estoy en tierra. Todo pasó. Ya no hay truenos en mi cabeza. Calma, y sólo tranquilidad. Algún desvarío típico. Estoy guay pese a tantos problemas. Ya no hay gritos en mi cabeza, sólo las acostumbradas voces.

Gracias por no tirarme de la barca. Trataré de merecer la pena.

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