Cierto día, despertó y decidió no mirarse al espejo. En vez de eso, se miró en sus ojos, que la contemplaban ensoñecidos desde el otro lejano lado de la cama, unos 20cm más allá. Entonces, su boca y los suyos propios se abrieron tanto que temió no poder quitarse nunca más la cara de horror y sorpresa. Allí no estaba ella. ¿¡Cómo podía ser que sus ojos reflejaran a otra chica!? La chica que había en sus ojos era perfecta: hermosa, sensual y... ¡Ag! Había jurado amarla, la noche anterior... Fue lo último que susurró en su oído, ya con voz somnolienta. ¿Cómo estuvo tan ciega de creer tan grande mentira...?
A punto estaba de quebrarse en la tristeza y el desasosiego cuando su mirada, furibunda, frustrada y -por qué negarlo- celosa, contempló con milagroso detenimiento a la chica que habitaba en esos ojos que tanto amor le prometían. Reconoció los ojos. Reconoció los labios. También reconoció las mejillas y, finalmente, reconoció la sonrisa que le devolvió la muchacha al sonreír ella misma. Se sintió estúpida por no haberse reconocido, pero ¿cómo iba a hacerlo si no veía ni una de sus imperfecciones? Se veía perfecta, en todos y cada uno de los centímetros de su cuerpo. Acostumbrada a reconocerse por sus defectos, no supo encontrarse en su perfección.
Al final, decidió recorrer esa larga distancia que separa el lado izquierdo del lado derecho de la cama. A medio camino, podría hacer parada en Sonrisas y Caricias, y así descansar del viaje unos segundos ("es agotador acercarse lentamente a algo que te atrae como si tuviera gravedad propia...", pensó). Sin embargo, cuando llegó, no se sentía cansada, se sentía más hermosa. Le pesaban menos sus defectos. Después de haberse visto en sus ojos, le preocupaban casi tan poco como a él (y eso es mucho decir). Pero no sólo ella fue consciente de todo esto, pues el muchacho también notó el cambio. La vio llegar, más hermosa que nunca, más radiante que nunca. La vio llegar y dijo:
-Por fin me crees...
...
Entonces despertó, sonriendo al verla a su lado. Tan perfecta y tan ingenua de su propia perfección. Lamentó por un segundo que su sueño no hubiese sido realidad y que ella no pudiese contemplarse tal y como él la contemplaba, pero se consoló recorriendo en un instante la larga distancia que separa el lado izquierdo del lado derecho de la cama.
No tengo palabras...
ResponderEliminarHe aquí la gratitud que te muestro, en el silencio. El silencio de una tonta que no tiene palabras, porque tú me las robas con tu amor...
Para qué necesitas palabras si tu mirada me lo dice todo...
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